Tenga paciencia... la Bolsa siempre se recupera

martes, 5 de febrero de 2008


Jurgen Schuldt

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Las sabias palabras de agentes de bolsa, expertos financieros y analistas económicos nos llegan todas las noches –por lo menos desde hace seis meses y ahora cada hora- en torno al descalabro bursátil en EEUU y otras plazas del mundo, incluida la nuestra. Todos son optimistas: algunos lo hacen con buena justificación porque para eso les pagan y otros -aparentemente más responsables- porque quieren evitar un agravamiento de la situación por el lado de las expectativas.

En efecto, luego de esforzarse para que no se les note el susto, sin poner el rostro adusto, les espetan a los ‘inversionistas’: “¡No se angustien, sus valores se recuperarán, pueden tardar en hacerlo, pero llegarán... siempre lo han hecho!”; “No se desespere, no hay pierde, siga nomás, no se salga que perderá demasiado”; “Las acciones siempre han sido más rentables que cualquier activo, aunque tarden!”; “¡La Bolsa no es para poner su último centavo y para obtener ganancias en el momento, es para que ponga huevos en el tiempo!”... son algunas de las esperanzadoras frases que escuchan a diario quienes han invertido en acciones o dependen de sus cotizaciones. Ninguna de esas frases se las adelantaron los bolsistas cuando les vendieron esos papeles... aunque ellos siempre ganan, porque siempre compran y venden, lo que da una buena comisión en cada transacción.

El problema, sin embargo, reside en el hecho de que esa ‘recuperación’ del valor y del rendimiento de nuestras acciones puede llegar en 20 y hasta en 70 años, digamos que –en el mejor de los casos- el tiempo que demoraban los dinosaurios para que sus huevos den fruto. En efecto, desde el exuberante pico bursátil (poco antes que la burbuja reviente) hasta que vuelva a recuperar el valor que tenía entonces pueden nacer varias generaciones. Claro que usted también puede recuperar lo perdido, siempre que sobreviva ese lapso bastante prolongado de tiempo que habrá de transcurrir (ciertamente no tanto como para llegar a la edad de Matusalén), tal como nos lo muestra la experiencia histórica.

En efecto, si tomamos las series largas de Robert Shiller[1] relacionadas con las tendencias de la relación precios/ganancias (PG) del índice Standard y Poor (S&P), veremos que quienes –en EEUU- compraron afanosos hasta el año de mayor rendimiento, habrían tenido que esperar un buen tiempo para recuperar los valores de entonces. Por ejemplo, como lo puede comprobar en el gráfico adjunto, si compró en el año 1901 (pico) tendría que esperar hasta el año 1928 para alcanzar el mismo valor; si lo hizo en el cenit de 1929 habría tenido que pacientarse hasta 1998 (¡casi una vida!); si en 1966 en 1996; y los del 2000 quizás tendrán que esperar hasta el 2020 o de pronto hasta el 2040.

Con lo que nos vuelve a la memoria la célebre frase de John Maynard Keynes, que tan bien se aplica al momento actual, aunque la temática sea distinta a la por él tratada: “En el largo plazo estamos todos muertos. Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil, y demasiado inútil, si en cada tormenta lo único que nos dicen es que cuando pase el temporal el océano estará otra vez tranquilo”[2]. Y, lo que puede ser aún peor, cuando se calme el Pacífico, pueda que ya no tengamos las fuerzas necesarias para gozar de la navegación que prometen esos pacíficos mares.

Ya que hablamos de Keynes, valdría la pena recordar su propia experiencia como ‘inversionista’ en la Bolsa (con una buena participación en Wall Street). El más genial de sus biógrafos[3] nos cuenta que poseía activos netos (incluidos su fundo en Tilton, sus Cezannes y Picassos, su Rolls Royce, entre otros) de algo más de medio millón de libras esterlinas (LE) a fines de 1937, los que en un solo año se convirtieron –como consecuencia del ‘declive terrorífico’- en 180.000 LE (¡dos tercios menos!). Quizás por eso, para consolarse, poco después escribiera que “debo decir que, de tiempo en tiempo, el deber del inversionista serio es aceptar la devaluación de sus tenencias (de acciones se entiende) con ecuanimidad y sin reprocharse a sí mismo. Toda otra política es antisocial, destructiva de la confianza e incompatible con el funcionamiento del sistema económico. Un inversionista (...) debería perseguir primariamente resultados en el largo plazo y solo debería ser juzgado por ellos” (op. Cit.), tal como lo recomiendan los agentes de bolsa hoy en día.

Keynes habría tenido que esperar hasta 1966 para recuperar el valor que tenían sus acciones en 1936, justo 30 años después de fallecer. Cierto que algo debe haber recuperado antes de morir, porque a su esposa, la célebre bailarina rusa Lydia Lopokova le dejó una renta de 1.500 LE de por vida, gracias a su legado de 480.000 LE (que seguramente creció, más que por la bolsa, por sus propiedades y cuadros postimpresionistas), monto bastante apreciable si tenemos en cuenta que hoy en día equivalrdría a algo así como 20 millones de US$.

De lo anterior que una disciplinada ‘receta’ para ingresar a jugar en Wall Street (o en cualquier otra Bolsa) consistiría en entrar al ‘casino’ (como la calificaba también Keynes) cuando la relación PG[4] se encuentre relativamente baja (digamos entre 8 y 16), para salirse cuando llegue a 20, que es el promedio histórico del siglo XX (y que puede ser muy distinto al aconsejable para el caso en Lima). Es decir, cuando la nariz de la greenspaniana exuberancia irracional comience a aparecer hay que correr, por más que después el alza continúe por un buen tiempo (por ejemplo, como en 1996; ver flecha en Gráfico). Lo que prácticamente garantizará que no tendrá pérdida alguna, aunque en este caso también puede contraerse su fondo en el ‘muy corto plazo’, pero no si tiene tiempo entre 4 y 8 años, aunque puede bien haber ganado en un periodo más corto y salirse después de una ganancia ‘adecuada’, digamos del 15%. El principio podría enunciarse de la siguiente manera: “No deje de arriesgarse (digo, si es de los privilegiados a los que les sobra el dinero necesario para hacerlo), pero tampoco exagere con el riesgo que asume”. El problema es que la mayoría de gente entra a jugar –por el efecto manada- cuando el auge es obvio, lo que puede significar que ya sea muy tarde y que en el corto plazo todos mueran o sufran un colapso (como Keynes[5]) como consecuencia del desplome de la Bolsa.



[2] Breve tratado sobre la reforma monetaria. México: Fondo de Cultura Económica, 1992; p. 95. La traducción corresponde a la segunda edición en inglés (de 1971), pero la primera es de 1923. Hemos introducido dos leves modificaciones al texto original.

[3] Robert Skidelsky, John Maynard Keynes, vol. III (Fighting For Freedom / 1937-1946). Nueva York: Penguin, 2000; pp. 15 y 479.

[4] Esta relación, según los expertos, permite predecir los rendimientos futuros de la Bolsa. Véase: John Campbell y Robert J. Shiller, “Stock Prices, Earnings, and Expected Dividends”, en NBER Working Paper No. 2511, abril 1989 (www.nber.org/papers/w2511).

[5] Parece que a Keynes también le hacía daño la caída de las bolsas en que invertía, ya que –según su esposa- en varias oportunidades su salud (recuerde los bichos que tenía en el corazón) se deterioraba por ello. “More bad news, this time from Wall Street, in late March (J.S.: 1938), brought another slump in health for Maynard, who still had a ‘huge American position’. Lydia took it philosophically: ‘it is quite natural after so much work, change of weather, the world situation, Wall Street and life in general” (Skidelsky, op.cit.).

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